¿Qué problemas enfrenta la iglesia para llevar a cabo su misión?

Jorge Himitian

03/07/2020

Quisiera señalar cinco problemas, que a mi juicio, son las principales dificultades que tiene la iglesia para cumplir su misión integral en el mundo y también qué podemos hacer para superarlos.

1) La división actual de la iglesia.

Jesús oró en Juan 17 que todos seamos uno para que el mundo crea que él es el Enviado de Dios. (Juan 17.21). La iglesia nació en Pentecostés en unidad. “La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma…”, escribe Lucas en Hechos 4.32, al relatar lo que sucedía en Jerusalén. Había doce apóstoles y miles de discípulos en Jerusalén, pero cada apóstol no tenía su propia iglesia. Habían entendido muy bien que la iglesia era una, y que ellos eran simplemente servidores de la única iglesia de Cristo. Lo mismo sucedía en Antioquía, donde nace la primera iglesia integrada por gentiles y judíos convertidos al Señor. Hechos 13 dice: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros” (13.1). Era un “gran número” (Hechos 11.21). la presidían profetas y maestros, cinco en total; pero la palabra iglesia está en singular. Nunca vemos en el Nuevo Testamento dos o más iglesias en una misma ciudad. La iglesia no es un edificio, ni siquiera tenían edificios. Se reunían por las casas o en lugares públicos; pero todos eran uno. Por eso el evangelio crecía poderosamente.

Hoy necesitamos recuperar la unidad de la iglesia. Jesús lo dijo: “para que el mundo crea…”. El mayor obstáculo para que el evangelio sea creído son nuestras divisiones. Debemos orar por la reconciliación y la unidad de todos los pastores y líderes de la iglesia en cada ciudad. Debemos humillarnos unos ante otros, confesar nuestro gran pecado de la división, y buscar la comunión unos con otros hasta que todos seamos uno. Gracias a Dios, esto ya está ocurriendo.

2) El predicar un evangelio sin reino

Jesús dijo: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.14). Sin embargo, durante muchos años y por siglos, la mayoría de los evangélicos hemos predicado un evangelio sin reino y una salvación sin el señorío de Cristo. Cuando Dios en Argentina nos visitó con su Espíritu Santo, en la década del 60’, abrió nuestros ojos y nos reveló en las Escrituras esta antigua verdad: el evangelio del reino de Dios y el Señorío de Cristo como condición de salvación.Es difícil entender cuándo, cómo y por qué la iglesia a través de los siglos perdió el evangelio del reino de Dios, siendo el reino el tema central del mensaje de Jesús y de los apóstoles (Mateo 4.17; 4.23; 9.35; Marcos 1.14-15; Lucas 4.43; 8.1).

Durante años hemos predicado e insistido en que la condición para ser salvos es aceptar a Jesucristo como Salvador. Por supuesto que Cristo es el único Salvador; la Biblia enseña con suma claridad que fuera de él no hay salvación. Pero eso no es lo que está en cuestión, sino ¿cuál es la condición para que un pecador sea salvo?

Aunque parezca sorprendente, no existe ni un sólo versículo en las Escrituras que afirme que Jesucristo me salva cuando lo reconozco como mi Salvador. El apóstol Pablo, en Romanos 10.8-9 declara: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.

No sólo este versículo sino un cuidadoso estudio a través de todo el Nuevo Testamento nos revela que la condición para ser salvos es reconocer a Jesucristo como el “Kyrios”. “Kyrios” es la palabra griega traducida “Señor” en castellano. Y significa el que manda, el dueño, el amo y la máxima autoridad. Cristo me salva y me da todos los beneficios de la salvación cuando doblo mis rodillas delante de él y lo reconozco como Señor.

Para que Cristo sea mi Salvador debo reconocerlo como mi Señor. Esta es la esencia del evangelio del reino de Dios.Debemos recuperar el reino de Dios en nuestras vidas y en nuestra predicación.

3) La falta del discipulado

Jesús resucitado les dijo a sus discípulos: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todas las cosas que yo les he mandado” (Mateo 28.19-20).

¿Qué significó para aquellos discípulos de Jesús esta orden? La única referencia que ellos tenían era lo que Jesús había hecho con ellos durante tres años. Jesús se concentró en construir relaciones permanentes con determinadas personas, a quienes llamó discípulos. Les enseñó, los conoció profundamente, fue ejemplo cercano para ellos, los corrigió, los entrenó, y los envió. Y ahora los envía a ellos a hacer lo mismo con otros.

Antes nuestras actividades principales estaban centralizadas en la reunión congregacional. Considerábamos al púlpito el eje central de nuestro ministerio. Para nosotros el discipulado fue una revolución. Cambió el eje de nuestra forma de trabajo pastoral. Tuvimos que comenzar a relacionarnos con algunos personalmente para entablar una relación de discipulado, de paternidad espiritual, como lo hacía Jesús.

Uno puede predicar a cien personas, a mil o a diez mil; pero no puede tener cien o mil discípulos, y formarlos responsablemente. El discipulado es igual a la paternidad, a los hijos hay que criarlos, conocerlos, amarlos, educarlos, corregirlos y formarlos como hombres.

Jesús no dijo: “Id y haced reuniones”. Tampoco dijo: “Id, y haced campañas”, o “haced templos”; sino “Id y haced discípulos”. No hay nada malo en hacer reuniones, templos, campañas, encuentros … Todo eso lo hacemos y lo seguiremos haciendo, son cosas buenas y útiles, pero debemos entender que la tarea principal que el Señor nos encomendó es hacer discípulos.

4) El personalismo de los líderes de la iglesia

Casi pongo “la carnalidad” de los líderes. En la iglesia de Corinto habían surgido divisiones. “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Corintios 1.12). Pablo al escribirles los reprende, y les dice que ellos en realidad son carnales, niños en Cristo. Es decir, no han crecido. Y les demuestra porque: “Pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3.1-3).

Eso mismo pasaba con los apóstoles antes de Pentecostés. Cuando Jesús les dijo que él iba a ser crucificado, comenzaron a discutir entre sí, quién sería el primero entre ellos. Jacobo y Juan le piden a Jesús sentarse en el reino, el uno a su derecha y el otro a su izquierda. Pedro contradice a Jesús diciéndole que, aunque todos le negaran, él jamás lo haría. Era evidente que se sentía superior a los demás. ¿Qué era todo eso? sino carnalidad. Esa era la condición de ellos antes del Pentecostés.

Pero ¿qué sucedió con ellos después? Fueron transformados en hombres espirituales. La función principal del Espíritu Santo no es que hablemos en lenguas o hagamos milagros (eso también lo haremos), pero su función principal es que dejemos de ser carnales y nos transformemos en hombres espirituales. Que seamos los primeros en amar, los primeros en perdonar, los primeros en lavar los pies a nuestros hermanos, los primeros en honrar al hermano, los primeros a ocupar el último lugar. Sin ambiciones personales, sin envidias, sin competencias, sin el afán secreto de querer ocupar el primer lugar. Esta es hoy la mayor necesidad en la iglesia.

5) La falta de visión de la iglesia sobre su responsabilidad en la transformación moral y espiritual de las naciones.

Existe en la inmensa mayoría de las naciones injusticia, pobreza, hambre, desnutrición, analfabetismo, desempleo, explotación laboral, explotación sexual, violencia doméstica, ideología de género, racismo, abortos, descuido del medio ambiente y de los recursos naturales, inmigrantes forzados, campamentos de refugiados, injusta distribución de las ganancias, cárceles inhumanas, narcotráfico, drogadicción, inseguridad. Y en algunos países, está el flagelo del terrorismo, de las guerras, de los gobiernos totalitarios, de la persecución religiosa, del armamentismo, y cosas semejantes.

¿Tiene la iglesia alguna responsabilidad en la transformación de las naciones?

Actualmente, dentro de las posiciones moderadas sobre este tema, subsisten básicamente dos principales. Ambas posiciones afirman que sí, que la iglesia tiene responsabilidad en la transformación de las naciones. Pero, una sostiene que su acción debe ser en forma indirecta. La otra, afirma que la iglesia debe incluir en su misión integral una acción directa para la transformación de las naciones.

El aporte hecho en forma indirecta consistiría en predicar el evangelio, hacer discípulos, plantar iglesias, hacer obras de misericordia y enviar misioneros a todas las naciones; y como resultado del gran crecimiento numérico de la iglesia en las naciones y del discipulado, ocurrirían transformaciones en la sociedad.

Los que creen que la iglesia tiene que estar -no como institución sino a través de sus miembros- involucrada en todas las áreas de la sociedad: política, economía, justicia, leyes, gobierno, educación, ciencias, artes, comunicaciones, salud, trabajo, deportes, entretenimiento, sostienen que el amor al prójimo no se circunscribe a practicar la bondad y la justicia únicamente a nivel personal sino también a nivel comunitario, social y nacional, a fin de procurar el bienestar integral de todos los habitantes de la nación y del mundo.

Personalmente, creo que la posición A y B no son excluyentes. Si se avanza con la sabiduría de Dios y aprendiendo de los errores y aciertos que nos enseña la historia de la iglesia durante sus 2.000 años, creo que es posible armonizar ambas posturas, pues yo entiendo que son complementarias.Jesús, muy temprano en su ministerio, les dijo a sus discípulos -hombres simples y de pocas letras- palabras muy difíciles de entender en aquel momento en toda su dimensión: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” (Mateo 5.13-14).

También, al enseñarles a orar, señaló que la primera cosa concreta que todos los días debían pedir al Padre es que venga su reino, que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo (Mateo 6.10). No simplemente en la iglesia sino en la tierra.

El motor del ministerio de Jesús fue la compasión. Esto significa que a él le importaba el sufrimiento y el dolor de sus semejantes, al punto que se negó a sí mismo y consagró su vida a servir, a consolar, a ayudar a los que sufrían; tanto para procurar la salvación eterna de ellos como su bienestar físico y temporal. No se limitó a enseñar y predicar sino también a sanar, alimentar, liberar. Pedro, predicando acerca de Jesús, dice: “…anduvo haciendo bienes…” (Hechos 10.38).

El reino de Dios y su justicia, es la justicia que viene como consecuencia del establecimiento del reino de Dios, del señorío de Cristo, en una persona, en una familia, o en una comunidad. La comunidad de discípulos, como sal y luz, tiene una poderosa influencia sobre la sociedad y la nación en la que se encuentra. Esa influencia la ejerce de dos maneras: (1) Por evangelizar y lograr la conversión de muchos de sus conciudadanos en discípulos de Cristo. (2) Por estar “mezclado”, involucrado, comprometido, como levadura en la masa, en todas las áreas de la sociedad para ir transformándola a partir de los valores del reino de Dios, a fin de que llegue a ser una nación en la que haya cada vez más justicia y fraternidad.

Los grandes avivamientos en la historia de la iglesia produjeron grandes cambios sociales en medio de las naciones. Un ejemplo muy claro es el avivamiento que se produjo en Inglaterra en los días de John Wesley. Como consecuencia, en Inglaterra y luego en otras naciones del mundo, se abolió la esclavitud, se iniciaron las escuelas públicas y gratuitas, hubo leyes en defensa de los trabajadores, se acabó la explotación laboral de los niños y mujeres en las minas de carbón, se organizaron los sindicatos, y ocurrieron otras transformaciones sociales.Un párrafo del Pacto de Lausana (1982) dice: Aunque la reconciliación con otras personas no sea reconciliación con Dios; ni la acción social, evangelización; ni la liberación política, salvación; sin embargo, afirmamos que la evangelización y el compromiso socio-político son parte de nuestro deber cristiano. Porque ambas son expresiones necesarias de nuestras doctrinas sobre Dios y sobre el hombre, sobre el amor a nuestro prójimo y la obediencia a Jesucristo.

Creo que todos coincidimos en que la iglesia como institución no debe tener ninguna bandera de política partidaria. La separación entre la Iglesia y el Estado ha sido fehacientemente demostrada a lo largo de los 2000 años de su historia.

Pero no podemos decir lo mismo de los miembros de la iglesia en su carácter de ciudadanos. Qué bueno sería para una nación tener entre sus legisladores, gobernantes y jueces, hombres y mujeres santos, hijos de Dios, y con una alta capacitación profesional y académica, que pusieran sus capacidades al servicio del bien común. Necesitamos cristianos bien preparados para actuar en todas las ramas del quehacer y del saber de la nación y del mundo: Políticos, abogados, juristas, economistas, empresarios, ejecutivos, científicos, docentes, médicos, comerciantes, industriales, legisladores, jueces, gobernantes, y todo lo demás. Sería una de las maneras concretas de amar al prójimo.

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