La vida cristiana es integral. Es tan santo orar como trabajar, predicar como estudiar, limpiar la casa como adorar, comer como ayunar, reír como llorar, siempre que lo hagamos todo según la voluntad de Dios. La vida es una sola. La Biblia dice: “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, y dando gracias a Dios Padre por medio de él”.
La verdadera espiritualidad es una unidad que lo abarca todo, es indivisible. Se expresa tanto en nuestra relación con Dios como en nuestro trabajo o estudios. El amar a Dios, según Jesús, es inseparable de amar y ayudar al prójimo.
La vida de Dios en nosotros se debe manifestar en todo: en nuestro disciplina económica, en nuestro carácter, en nuestro trato con los demás, en nuestra conducta en casa, en nuestra disposición a servir, en nuestra vida devocional, en nuestra pureza sexual, en nuestra rectitud moral, en nuestra manera de afrontar las tentaciones en nuestro orden, en nuestra fe, en nuestro testimonio, en nuestra vocación en nuestra generosidad …
Se manifiesta en nuestra manera de vestir, de hablar, de jugar, de comprar, de divertirnos, de comportarnos en los deportes, de soportar los inconvenientes sin “bajonearnos”, de “bancarnos” a los que son difíciles.
¡Lo temporal es para que construyamos lo eterno!
En lo transitorio edificamos lo permanente. Viviremos en la tierra una sola vez. No tendremos otra oportunidad. Ni nosotros ni los que nos rodean.
Seamos sabios. Hagamos tesoros en los cielos. Allí será nuestro, únicamente lo que aquí hayamos dado a los pobres y al Señor. En la eternidad sólo seremos lo que haya sido edificado de Cristo en nosotros. Sólo permanecerán los que hayamos ganado para el reino. Sólo permanecerá lo que hallamos edificado de Cristo en ellos. El resto se quemará.
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