La iglesia en el mundo de la pospandemia

Jorge Himitian

11/06/2020

Es increíble que un virus tan pequeño como el COVID-19 haya puesto en jaque a todas las naciones del mundo. Lo más dramático es que esta pandemia en poco tiempo ha producido un altísimo número de contagiados y muertos, con cifras en ascenso, y lo ha colocado hasta ahora entre las 15 pandemias más letales de la historia de la humanidad*. Este virus sub microscópico ha paralizado las fábricas, las escuelas, el comercio, el turismo, las actividades culturales y deportivas, los congresos y aun las reuniones de las iglesias. Nos ha encerrado en nuestras casas. Ha vaciado las calles, los restaurantes, los shoppings, los aeropuertos, los hoteles. Y nos está “obligando” a repensar muchas cosas. Hay mucha incertidumbre y pocas certezas. Más interrogantes que respuestas.

Para nosotros, los que tenemos una fe cristiana bíblica, es imposible imaginar que Dios esté ajeno a esta situación. Podemos afirmar que él no solo es omnisciente sino el SEÑOR. Y como tal tiene el control total del universo y de las naciones del mundo.

El mundo ha cambiado, quizás definitivamente

Abruptamente ha habido un cambio en la humanidad. Y es global. Cuanto antes lo entendamos mejor nos iremos adaptando al mundo de la pospandemia. En realidad, aún no sabemos cómo será.

El pastor presbiteriano Ricardo Agreste, de Brasil, en una disertación digital afirmó: El mundo como lo conocimos no existe más. Los historiadores hablarán del año 2020 como el año que comenzó y no terminó. Surgirá una nueva “normalidad”.

Y plantea la siguiente pregunta: … El Covid-19 ¿es la causa primaria o el acelerador de los cambios? Los cambios ya se venían dando. Lo que hubiera sucedido en los próximos tres años, sucedió en tres semanas. Nuestras iglesias representan las organizaciones más resistentes a los cambios. Porque los líderes no saben hacer una diferencia entre esencia y forma.

¿El mundo pos-Covid-19 será mejor o peor? Hay opiniones de ambos lados. El pastor ya citado dice: Nuestro papel como cristianos no es ser optimistas o pesimistas. Como iglesia, no tenemos la facultad de escoger al enemigo ni el escenario. Nos toca comprender como desarrollar mejor nuestra misión en el nuevo escenario.

Y concluye con esta afirmación: Esta pandemia debería producir en nosotros un Sabah. Parar para reflexionar profundamente … Nos habíamos acostumbrado a que la iglesia consiste en hacer eventos. Nada más lejos de lo que Dios dice de la iglesia. La iglesia puede volver de esta pandemia no solo mayor sino mejor.

Me parecen pertinentes las palabras del profeta Jeremías:“Así dice Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Jeremías 6.16).

Discernimiento ministerial para estos días

Estos son días de quietud, de reflexión, de oración, de oír a Dios; especialmente nosotros los pastores de la grey del Señor. Necesitamos abrir nuestra mente y corazón. Y, ante las nuevas circunstancias, abrirnos a los cambios que Dios mediante su Palabra quiere que hagamos en nuestra estrategia ministerial.

Para ello, como siervos del Señor, necesitamos discernimiento.

Necesitamos discernir:

  • Entre lo absoluto y lo relativo
  • Entre lo inmutable y lo variable
  • Entre lo indispensable y lo prescindible
  • Entre lo esencial y lo secundario
  • Entre lo permanente y lo circunstancial

Dentro de lo relativo y secundario, sin duda hay cosas buenas, útiles y agradables, pero no indispensables. Y otras, que seguimos practicando por costumbre o tradición. Haremos bien en revisarlas para evaluar su utilidad.

La versatilidad de la iglesia en la historia

La iglesia del Señor ha demostrado a través de los siglos ser muy versátil. Adaptable a cualquier tiempo y circunstancia. La iglesia es todo terreno. Por largos períodos fue la iglesia perseguida, con un altísimo número de mártires y sufrimientos. En esos períodos difíciles era imposible tener una reunión pública o congregacional. Era la iglesia “subterránea”, la iglesia perseguida. Pero nunca dejó lo absoluto: la Palabra, la oración, la evangelización, la enseñanza, el discipulado, el amor, las buenas obras, la comunión …

La iglesia en sus primeros 300 años nunca tuvo “templos”. Se reunía en las casas. Y cuando era posible, en lugares públicos. ¡Fue su mejor época!

Jamás se les hubiera ocurrido llamar “iglesia” a un edificio. No tenían púlpitos ni altares. No tenían escenarios ni equipos de sonido. Pero contaban con lo esencial, con lo indispensable, lo que no puede ni debe faltar: el Espíritu Santo y la Palabra de Dios.

En China la mayor parte de la iglesia no puede reunirse en “templos” o en grandes salones. Funciona por las casas. Son millones, y están creciendo mucho más que en occidente, donde tenemos grandes templos con todo el equipamiento moderno. Hace algunos años solo les está permitido reunirse en los hogares en grupos que no superen las veinte personas. Supieron discernir entre lo absoluto y lo relativo.

Como la mayoría sabe, aunque vivo en Argentina desde mis 7 años de edad, yo soy armenio. Nací en Palestina, hoy Israel. Armenia fue una de las repúblicas de la Unión Soviética hasta diciembre de 1991 cuando fue disuelta la URSS. La iglesia pentecostal en Armenia, prohibida y ferozmente perseguida, en 25 años bajo el régimen soviético había crecido de 100 a unas 3.000 personas hasta el año 1988, cuando fue el terremoto en el que murieron alrededor de 30.000 personas. Cuando varios pastores de Argentina fuimos a Armenia en 1993, en los últimos cinco años el número de los creyentes había ascendido de 3.000 a 50.000. Sin templos, sin edificios propios. Solo aferrándose a lo indispensable: tomar la cruz, dar testimonio de Cristo, reunirse por las casas, orar intensamente y enseñar la Biblia. Llenos del Espíritu Santo y con manifestación de dones y milagros. Practicando el amor fraternal y la comunión unos con otros. Y todo eso en medio de extrema pobreza y sufrimiento.

¿Qué es ser iglesia?

En la mayoría de los cristianos de nuestros días existe una idea subyacente de que ser iglesia consiste básicamente en hacer reuniones. Consideramos que para ser iglesia necesitamos tener un “templo” (sea antiguo o moderno), un púlpito, una cruz, bancos, un órgano. Y hoy, instrumentos musicales modernos, una plataforma, equipos de sonido, luces, un grupo musical, un buen predicador, una ceremonia ya sea tradicional o renovada. Tanto católicos como evangélicos cometemos la torpeza de llamar “iglesia” a los salones en la que nos reunimos.

Para responder a nuestra pregunta en forma práctica, y no perdernos en declaraciones teóricas, preguntarnos: ¿Para qué existe la iglesia? ¿Cuál es su razón de ser en la tierra? Debemos redefinir su naturaleza y propósito a la luz del Nuevo Testamento.

Hace pocas semanas el Pr. Hugo Márquez, presidente de la Convención de las Iglesias Bautistas de la Argentina, escribió una carta a todos los pastores del país, diciendo: “Que la pandemia no anule ni detenga la misión. La Iglesia no está para hacer cultos sino para anunciar el evangelio”.

Jesús nunca les dijo a sus discípulos: “Id y haced templos en todas las naciones”. Ni tampoco: “Id y haced reuniones …” Sino, “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mateo 28.19-20).

Nos ha venido bien este tiempo de contracción, encerrados en nuestras casas, para dedicarnos más intensamente a la oración personal y al estudio de la Palabra. Este tiempo de quietud, sin viajes y sin un activismo frenético, nos está sirviendo para replantearnos muchas cosas a fin de mejorar nuestra misión.

Las limitaciones que la iglesia sufre hoy con esta pandemia, en comparación con lo que la iglesia ha tenido que atravesar en otras épocas, es algo menor. Lamentamos los miles de muertos en cada país. Lo más triste es que muchos han muerto sin haber oído el evangelio.P

ero, como reza el dicho español: “de qué vale llorar sobre la leche derramada”. Hagamos lo mejor que podamos por los habitantes del mundo que están vivos.

Jesús nos dice hoy, como aquella primera vez: “Vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda criatura” (Marcos 16.15). Los campos están blancos para la cosecha. Este es un ‘kairós’ de Dios que no podemos perder.

Ha surgido una nueva sensibilidad en la humanidad. No en todos, pero sí en muchos.

Existe una nueva conciencia de nuestra FRAGILIDAD humana. En el área de la salud, la economía, el trabajo, y en otras. Y ésta conciencia de fragilidad puede ser una antesala a la humildad; condición muy favorable para oír el evangelio.

Hay una nueva conciencia de la imprevisibilidad de la vida. No tenemos agenda. ¿Cuánto durará todo esto? ¿Cuántos morirán? ¿Cuándo volveremos a la normalidad? Esto también puede llevarnos a la humildad y búsqueda de certeza, que solo se encuentra en Dios.

Hoy somos más conscientes de nuestra IMPOTENCIA. Conscientes de que existen fuerzas y factores que no podemos controlar. Ni con dinero, ni con ciencia, ni con tecnología, ni con leyes. Otra sensación que nos puede llevar a la humildad.

Aunque no se lo menciona explícitamente, hay una nueva conciencia de la cercanía de la MUERTE. Esto genera temor, ansiedad, necesidad espiritual, sed de oír un mensaje de esperanza y salvación.

Hay una nueva conciencia sobre el valor de lo espiritual, el valor de la fe, de la amistad, de los amigos, del trabajo, de la rutina laboral de la que tanto nos quejábamos.

Frank Snowden, quizás el mayor experto sobre historia de las epidemias que devastaron a la humanidad, en un reportaje que le hizo en estos días un periodista de Argentina, dijo: «Las epidemias permiten entender a la humanidad y la historia. Nos plantean preguntas sobre la vida o la muerte y nuestra actitud hacia ambas. Nos interpelan acerca de nuestra ética. La muerte inminente nos plantea la siguiente pregunta: ¿qué es lo más valioso de nuestras vidas?

Esta nueva sensibilidad en la humanidad, reitero, no en todos, pero sí en muchos, puede ser una gran puerta abierta para la evangelización y la conversión de millones en todo el mundo.

“Así dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: … He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar, porque aunque tienes pocas fuerzas, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3.8).

La zaranda de Dios

Nosotros sabemos y creemos, que a los que aman a Dios todas las cosas ayudan a bien (Romanos 8.28)

El Señor permitió todo esto para meternos en una zaranda. ¡Y vaya qué zaranda! El propósito de la zaranda es separar la paja del trigo. Lo necesario de lo superfluo, lo absoluto de lo relativo. Hay mucha paja y hojarasca hoy en la iglesia. Pablo dice que la iglesia debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas. Pero advierte que algunos la edifican con madera, heno y hojarasca. (1 Corintios 3.11-13).

Nos ha venido bien todo esto para poder evaluar qué iglesia estamos edificando. Lo que estamos edificando ¿pasará la prueba del fuego? El fuego acaba con todo lo banal, con la superficialidad, la religiosidad, la carnalidad. Todo lo que es madera, heno y hojarasca se quema rápidamente. Pero el fuego, también cumple otra función: purifica el oro, la plata y las piedras preciosas. ¡Saldremos mejores de todo esto! Al menos, es lo que Dios se ha propuesto, lo que él está “tramando”.

Termino con una frase que hace algunos años nos compartió en Buenos Aires nuestro querido hermano Pierre Truschel, de Francia, pastor y apóstol, y cofundador de AFI, ya con el Señor. Él nos dijo: “Durante 30 años, como pastor pentecostal, trabajé como un burro para Dios, hasta que en el lecho de un hospital comprendí que la cosa no era trabajar para Dios, sino trabajar con Dios”.

Si nos humillamos delante del Señor y buscamos su rostro, él nos hablará. Y saldremos mejores de todo esto. Nos concentraremos en lo importante, en lo trascendente: en la Palabra y la oración. Yo no quiero perder los últimos años de mi vida construyendo lo que el fuego acabará. Quiero invertir en la que perdurará por la eternidad. ¿Qué es? Ganar a los perdidos y edificarlos a la imagen de Jesús. El resto, como decimos en Argentina, es “cháchara”, Es decir, vana palabrería.Dios nos ayude. Amén.

La iglesia en la pospandemia, versión audiovisual
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