Encendamos la luz

Jorge Himitian

28/09/2015

Como un gran edificio, la sociedad necesita una columna que la sostenga. Y la Biblia dice que la iglesia es columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3.15). La sociedad se está arruinando, los países se desmoronan. Hay una crisis y corrupción generalizada. Sin embargo, Dios dice:

«Se arruinaban la tierra y sus moradores; yo sostengo sus columnas”.

Salmos 75.3

No te preocupes por el avance circunstancial de las tinieblas, porque la Biblia dice que la luz resplandece sobre ellas. La tierra va a ser bendecida por el Señor. La iglesia volverá a ser la sal de la tierra y la luz de este mundo. No maldigamos las tinieblas, encendamos la luz. ¿De qué modo, como iglesia, debemos cumplir con nuestra responsabilidad de ser columna de la verdad en la sociedad?

Además de orar por nuestras naciones y predicar el evangelio, quiero agregar algo fundamental que hemos descuidado. Debemos enseñar a las naciones la ley de Dios. Pablo lo señala con mucha claridad al escribirle a su colaborador Timoteo.

“Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman. Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, segúnel glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado».

1 Timoteo 1.3-11

¿Qué significa “doctrina”?  Proviene del término griego didaké. La iglesia debe enseñar la didaké a las naciones. ¿En qué consiste? En las enseñanzas y mandamientos del Señor que revelan su voluntad. La didaké son mandamientos claros que muestran a los hombres la voluntad de Dios.

Un profeta es alguien que habla a los hombres de parte de Dios. La iglesia debe enseñar la didaké —la doctrina del Señor— no solo a los creyentes sino también a la sociedad. Debemos enseñar la ley del Señor y hacer uso legítimo de ella. Dice Pablo:

«Queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman”.

Hay quienes pretender ser doctores de la ley, pero hablan vana palabrería, y no entienden ni lo que dicen ni lo que afirman. Uno de las materias que más se presta para decir mucho sin decir nada es la religión. Uno puede entretener horas a la gente con hermosos discursos sin decir nada concreto, sin revelar la voluntad, sin enseñar la ley de Dios.

¿Qué es la ley de Dios? Aquella que revela la voluntad de Dios a los hombres.

“Sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente”.

Sin embargo, la ley no es para los justos, ellos ya la conocen y la practican. Pablo dice que la ley es para los pecadores, es para que sea enseñada a una sociedad que cada vez vive más lejos de la voluntad de Dios.

Pablo utiliza términos fuertes al hablar de la situación de la sociedad. En este pasaje usa cuatro palabras distintas para describir a los que practican el pecado: transgresores, desobedientes, impíos y pecadores.

La ley es para ellos. Debemos enseñar a toda la sociedad los “Diez Mandamientos” y la doctrina de Cristo que están en el “Sermón del Monte” (Mateo 5, 6 y 7).

Hoy todas las opiniones parecen válidas. Cualquier conductor televisivo, actor o futbolista opina sobre religión o moral. El futbolista debería opinar sobre fútbol y el político sobre política; sin embargo, hoy todo el mundo enseña sobre moral, y nadie puede hacer callar sus voces. Por lo tanto, debemos enseñar la voluntad de Dios a las naciones. Es necesario que venga el temor de Dios a las naciones. No todo vale.

En nuestra nación se están viviendo tiempos críticos. El matrimonio parece algo anticuado. La gente decide no casarse. Prefieren juntarse y vivir “en pareja”. Sin embargo, esa no es la voluntad de Dios. Debemos enseñar a la sociedad la ley fundamental que Dios estableció sobre el matrimonio:

“… el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Así que no son ya más dos, sino una sola carne; lo que Dios juntó, no lo separe el hombre».

(Mateo 19.5-6). El matrimonio no es una invención humana, es una institución divina, fue Dios quien lo estableció.

Tampoco existe para Dios el matrimonio homosexual. Debemos enseñar que un hombre no se puede unir con otro hombre. La Biblia es clara al respecto:

“Dejará el  hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” .

(Génesis 2.24)

La sociedad está viviendo de un modo distorsionado. ¿Quién va a sostener la verdad y la voluntad de Dios, sino la iglesia? Debemos abrir nuestra boca, pero no para condenar o despreciar. Amamos a los homosexuales, a los adúlteros, a los alcohólicos y a los ladrones; pero debemos enseñarles la verdad en amor. Debemos hacer uso legítimo de la ley.

Debemos enseñar que jurar sobre los Santos Evangelios, por Dios o por la patria, y después no cumplir es grave. Tenemos que enseñar que no se debe mentir, ni dar falso testimonio.

Hoy en nuestro país, especialmente en Buenos Aires, la gente ya no puede vivir tranquila. Los secuestros están a la orden del día. Y en este pasaje habla acerca de los secuestradores. Debemos enseñar a la sociedad que la ley básica de la convivencia entre los seres humanos es el respeto al prójimo, el respeto por la vida. La ley dice: “No matarás”. Esa es la voluntad de Dios.

“No hurtarás”, “no dirás falso testimonio”, “honra a tu padre y a tu madre”.

Enseñemos la ley, enseñemos la voluntad de Dios.

Debemos enseñar que el matrimonio es para toda la vida, que el que se divorcia y se casa de nuevo comete adulterio, más allá de que las leyes civiles lo permitan o aprueben.

¿Quién va a sostener la verdad, sino la iglesia? Pablo le dice: “Timoteo, para eso te pedí que te quedaras en Éfeso, para que mandaras a algunos que no enseñen una doctrina diferente”. Debemos enseñar la palabra de Dios, la didaké, que revela la voluntad de Dios.

No son muchos los mandamientos que encierran la voluntad de Dios. Debemos enseñarlos utilizando todos los medios posibles. Y el que tenemos más al alcance de la mano es nuestro testimonio personal. No permanezcas callado. Allí donde te encuentras revela la verdad con amor. Ama la verdad, enséñala, haz uso legítimo de la ley.

También en este pasaje Pablo habla de los que matan a sus padres, a sus madres o a otras personas. ¿Quién les va a enseñar a las naciones que la mentira, la corrupción y el robo son pecados? ¿Quién les va a advertir que todos los hombres un día comparecerán ante el justo juicio de Dios?

Debemos predicar acerca del arrepentimiento. Pero, ¿de qué se van a arrepentir si la mayoría ni siquiera tiene conciencia de que lo que está haciendo está mal? Creen que, como todos lo hacen, está bien.

Nuestra sociedad confunde lo común con lo normal, y cree que lo normal es lo común. Lo común es lo que hace la mayoría; lo normal es lo que está de acuerdo con las normas. La gente cree que es normal mentir porque todos mienten. Sin embargo, mentir no es normal, es comúnLos jóvenes cometen fornicación. Una chica se acuesta con un muchacho, y creeque es normal. ¿Quién les va a enseñar que lo que hacen es anormal? La iglesia, que es columna y baluarte de la verdad. Todos faltan el respeto a sus padres, y creen que es normal; sin embargo, no es normal, es común, todos lo hacen. Debemos enseñar las normas de Dios.

Se habla mucho de los derechos humanos, y está bien hacer valer los derechos de todos. Pero, ¿cuándo vamos a hablar de los derechos de Dios? ¿Él no es el creador de todo? ¿No es el dueño de todo? ¿No tiene derechos?

La gente vive engañada. Satanás los ha enceguecido. La mayoría no sabe la verdad, y nosotros como iglesia fuimos puestos para enseñar la voluntad del Señor, llamar a las personas al arrepentimiento y a la salvación por medio de Jesucristo, el Señor.

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