Vocación de unidad…
Vocación y anhelo.
Un deseo aún difuso,
desdibujado por el desconcierto
de una realidad contradictoria.
Deseo que nace
de una conciencia inquieta
que sabe que solo
podemos ser uno.
O dejar de ser,
atomizados por nuestras propias
apetencias egoístas.
Por rivalidades incomprensibles.
Por inflexibilidades teológicas
que sofocan la genuina
vivencia de la fe
al privilegiar el dogma
por sobre el amor.
O, quién sabe, tal vez
por esa estúpida inclinación humana
a creer que somos mejores
que los otros.
Vocación y deseo…
«Señor, ¿cómo se hace la unidad?»
«Ya está hecha.
La Iglesia es una.
¿Podrían dejar de quebrarla,
fragmentarla, desmembrarla?»
La verdad cae dura
como golpe de martillo,
deshaciendo la ingenua ilusión humana:
Nosotros no podemos hacer la unidad
sino dejar de atentar contra ella.
Una abrumadora sensación de pecado
y vergüenza invade el alma,
que ha vivido ciega.
¡Qué necesidad de perdón!
¡Qué necesidad de cambio!
Y la cruz surge de nuevo.
Como siempre. Como cada día.
La cruz como posibilidad única.
La cruz como posibilidad total.
Silvia Palacio de Himitian
noviembre de 2013