Plegaria
Señor, estoy sola buscando tu rostro.
No tengo palabras. No sé qué decirte.
No puedo alabarte. No quiero pedirte.
Y es con desconcierto que ante ti me postro.
Señor, ¿qué me pasa? El cielo es de plomo.
Plomo tengo adentro. Lo sé porque pesa.
Y esta lluvia fina me pone tristeza,
sí vaga tristeza, que es como un asomo
de desasosiego. El pasto, los troncos,
las ramas son de un gris opaco. Los sauces
parece que vierten al borde del cauce
marrón del arroyo su llanto. Los roncos
murmullos agrestes de la tarde fría,
solemne, me llegan mientras una bruma,
leve pero densa, me envuelve y me abruma
con su carga extraña de melancolía.
Oh, Señor, tú sabes, en mi alma se esconde
un gris que es como este. Señor, ¿me lo quitas?
Oh, yo te lo ruego. No ves que chiquita,
que pobre me siento. ¡Oh, Señor, responde!
Hay alguien que pasa. Camina despacio.
Se para y me dice : «¿Ha visto ese cielo?»
¡Si tengo los ojos fijos en el suelo!
¡Si es ciego mi torpe corazón reacio!
Un arco de gloria, un arco tremendo,
un portal de vivos, vibrantes colores,
pintado tal vez por celestes pintores,
Se muestra allá arriba. Ahora comprendo.
Se han roto las nubes de plomo. Tu has puesto
Tu gloria sobre las alturas ¡Yo creo!
El sol vuelve de oro las ramas que veo
Señor, ¡siento ahora tu amor manifiesto!
Silvia Palacio de Himitian
18 de febrero de 1969