Jesús, no quiero cruzarme contigo…
Señor, no deseo ser más que otros.
Más que el que no pudo llegar. O el que no quiso.
O el que no se esfuerza y marcha alegre y despreocupado
(llorará después).
Mi anhelo es ser más para otros.
Desarrollar cada habilidad. Cada talento.
Sin encauzarlos hacia mi propio beneficio.
No busco logros que me diferencien de la masa.
Sólo quiero convertirme en herramienta útil.
En tus manos, por supuesto.
(Líbrame de volverme un instrumento de autoexaltación).
Y ser más apta cada día.
Crecer en todo, especialmente en gracia y amor,
para poder alinearme en la fila de los pobres,
de los débiles, de los enfermos y abatidos.
De todos aquellos con los que el mundo está en deuda.
Pero por sobre todo,
no quiero cruzarme contigo en el camino.
Porque si te cruzo sabré que vas en otra dirección.
Quiero marchar junto a ti. En el mismo sentido.
Sé que eso incluye la cruz.
Las grandes renuncias.
Y las pequeñas de todos los días.
Y también el servicio que fatiga el cuerpo
y aligera el alma.
Andando a tu lado, levantaré al caído,
amaré al niño abandonado, me brindaré al enfermo.
Compartiré lo que tengo y llegue a tener.
Nadie me verá como una triunfadora.
No me importa. Me basta saberme útil.
Jesús, por favor, nunca te cruces conmigo.
Ni siquiera para bendecirme o darme aliento.
Sacúdeme cuando pierda el rumbo.
Márcame para la acción concreta y específica.
Porque sino perderé la vida
en la búsqueda de esa gran trivialidad
que los hombres llaman éxito.
Fuérzame, a través de tu amor,
a seguir la senda de los que lo dan todo
sin esperar más recompensa
que un día entrar a tu gloria.
Silvia Palacio de Himitian 18 de julio de 1995