El Espejo

Silvia Himitian

05/10/2015

El espejo

Martes. 7.30 de la mañana. Me lavo la cara y los dientes. Me miro al espejo. Estoy totalmente despeinada. Algo tengo que hacer con ese matorral. Mientras continúo mirándome al espejo, Dios me habla:

Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18, RVR95).

Y me saca la cuestión del espejo. «¿En qué espejo te mirás?» Por lo que dice el texto resulta obvio que el que mira está contemplando el rostro, la imagen del Señor. Y la refleja. Y es transformado durante ese acto de contemplación. Por la acción del Espíritu de Dios.

Yo vuelvo a mi espejo. Me miro y me pregunto qué busco al mirarme en él. Qué buscamos todos al mirarnos en un espejo. Que nos devuelva una imagen agradable, bella, que nos satisfaga. No siempre sucede. Mayormente no. Nos vemos más viejos, más gordos, o más feos de lo que quisiéramos. Diríamos que nos miramos al espejo para reconocer nuestro estado. Porque es a través del espejo que llegamos a conocer nuestro aspecto. Es el único medio que nos muestra cómo somos. Y a partir de la imagen que se nos devuelve, procuramos mejorarla. Planeamos modificaciones. «Tengo que teñirme las canas; se me notan». O, «Voy a empezar una dieta. ¡Me sobran kilos!» O, « ¡Qué aspecto desaliñado! Tengo que comprarme ropa y ocuparme un poco más de mí».

Pero el Señor vuelve a la carga.

«¿Vos crees que ves tu verdadera imagen en ese espejo? ¡Para nada! Esa no sos vos. La auténtica. La verdadera. Y te dejás llevar por lo que ves. El espejo te muestra una realidad pobre, distorsionada. Te distrae de lo genuino, de lo importante. De lo esencial de tu vida, de tu ser. A veces perdés el rumbo y te desplazas hacia metas cortas, pequeñas, baladíes. Que no te aportan nada. Las personas no se pueden conocer o reconocer a ellas mismas a través de su propia observación, de su propia mirada. El espejo es engañoso. La única manera que tienen de saber quiénes son es a través de mirarse en mí. De mirar mi rostro con su cara descubierta, sin velos religiosos, sin conceptos propios, sin preconceptos, sin patrones humanos y mentirosos. Y es allí que descubren lo que son en realidad. Por la acción del Espíritu, que a la vez va obrando en ellos una transformación. Porque los hace capaces de ver, de entender y de avanzar hacia la vida que yo puedo darles, en la medida en que se van entendiendo ellos mismos por la revelación del Espíritu. Y aunque lo que descubran no les guste, esa mirada hacia ellos mismo a través de la contemplación de mi rostro tiene la virtud de alentarlos, infundirles fe, y guiarlos en el camino correcto para crecer como personas y marcarles un rumbo en su vida cristiana. El espejo es engañoso. Preguntame a mí cómo sos, en que punto estás, qué trabas te están obstaculizando, y cómo seguir. Yo te lo voy a mostrar clarito. Pero eso no te va a llevar a la frustración, como pasa cuando te mirás al espejo. Al contrario. Porque yo pongo a tu alcance las herramientas que pueden ayudarte a subsanar cualquier problema, a enderezar lo torcido y a mejorar tu imagen. ¡Tu verdadera imagen! Que no tiene nada que ver con las tonterías que entran en la consideración de la perspectiva humanista de estos días. Y entonces se produce el milagro. Vos te convertís en un espejo que refleja la gloria de Dios. Y la gente, al verte, resulta bendecida por alguien que es portador de Dios ante los hombres. ¡Eso es un espejo de verdad!

Mirate al espejo por la mañana para que no salgas a la calle con los pelos revueltos y un aspecto desprolijo. Pero preocupate por tu verdadera imagen, que es la que cuenta. ¿Sabés?, a la gente le gusta ver reflejado en el espejo de tu vida al Dios que quieren llegar a conocer, y que lamentablemente muy pocos le muestran».

 Mientras reflexionaba, atónita, ahí mismo Dios me mostró un problema que me estaba trabando y complicando muchísimo. Lo vi. Entendí. Y recibí del Señor la clave para poder subsanarlo. ¡Qué fácil! ¡Y qué complicados podemos llegar a ser nosotros cuando tratamos que conocernos sin la mediación del Espíritu Santo!

 

14 de febrero de 2013

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