Una de las cosas más valiosas que Dios nos dio al visitarnos con su Espíritu en la década de los sesenta y los setenta fue la esperanza. Esperanza es lo que uno espera que suceda en el futuro.
Antes, mirando hacia el futuro la única esperanza cierta que teníamos era la segunda venida de Cristo, y el ir al cielo al partir de este mundo. En cuanto a los años futuros aquí en la tierra el panorama que se nos había transmitido era la de una iglesia cada vez más mundana, tibia y derrotada.
Hoy tenemos la esperanza de que antes del regreso de Cristo, la iglesia volverá a ser la luz del mundo y el factor fundamental en la transformación de las naciones, como lo fue en los primeros siglos de la era cristiana. Jesús le pidió al Padre en Juan 17 que todos los que creemos en él seamos uno como él y el Padre lo son. Él rogó por la unidad y la santidad de su iglesia para que el mundo crea que él es el Hijo de Dios. ¿Acaso esa oración del Hijo quedará sin respuesta?
Hebreos 11.1 dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”
Dios, por su palabra nos dio esa certeza. Todo lo que Dios ha prometido se cumplirá. Tenemos fe en un Dios que hace cosas humanamente imposibles, sobrenaturales.
Yo le creo a Dios. Creo que la oración de Jesús va a ser contestada plenamente. Creo firmemente que él logrará aquí en la tierra la iglesia que proyectó antes de la creación del mundo. La iglesia crecerá en todas las naciones en unidad, en santidad y en cantidad; y debido a esas tres características volverá a ser el factor decisivo en la transformación de las naciones.
Hoy el Señor está sentado a la diestra del Padre, y reina. Él está intercediendo delante de Dios por nosotros, orando la misma oración de Juan 17: “Santifícalos en la verdad” … “Que todos sean uno”, para que la iglesia sea creíble para el mundo.
Yo creo firmemente lo que nuestro querido hermano Keith Bentson nos decía: “Nuestro futuro no es la Comunidad Cristiana sino el cuerpo de Cristo”.
Por eso, en los últimos 30 años he dedicado más del 50% de mi tiempo a servir a toda la iglesia del Señor, es decir, a grupos que no pertenecen a nuestras comunidades. Porque estoy convencido de que el futuro es con otros.
Miro con esperanza el futuro. Creo en la plena restauración de la iglesia. Y sé que la gloria postrera será mayor que la primera.